Tengo 30 años y ser o no ser madre es mi imperio romano: estas son mis reflexiones sobre maternidad

Un abanico de posicionamientos llegados los 30 me hacen analizar cuál es mi propia relación con la maternidad. Dentro disertación,

mayo 5, 2024 Escrito por Eva Gracia

Coordinadora web de Bloom. Graduada en Periodismo por la Universidad de Zaragoza. Redactora especializada en salud femenina, salud mental, estilo de vida y temas sociales. Ha colaborado en el Observatorio BLOOM sobre ITS en mujeres en España.

Revisado por el equipo de expertas de Bloom, plataforma especializada en salud femenina.

Cuando cumples 30 años, uno de los temas recurrentes en las conversaciones con amigas -y también en tu cabeza, al menos en mi caso- es la maternidad. Cómo nos relacionamos hoy las mujeres (hablo sabiendo que mi realidad no extrapolable al conjunto de la sociedad) con el concepto de “ser mamá” es muy diferente a cómo lo hacían nuestras madres y, por supuesto, nuestras abuelas. Pero ¿nos hemos liberado por completo de la presión y la elegimos o no la maternidad de manera totalmente libre, sin condicionantes sociales? Es una pregunta retórica, obvio.

En mi caso -y aprovecho el día de la madre para compartir mis reflexiones sobre este tema, convertido oficialmente en uno mis imperios romanos– tengo cerca un amplio abanico de posiciones ante la maternidad, lo cual me resulta enriquecedor y me demuestra -sé que no a todas las chicas de 30 nos ocurre así- que no hay un solo camino.

Tengo cerca a esa amiga que tiene clarísimo que nunca será mamá y que se muestra tajante ante cualquier atisbo de juicio o de cuestionamiento (es fácil leer en los ojos de la gente un: quizá cuando no puedas te arrepientes). También a la que, totalmente alineada con esos TikToks y reels satíricos, considera embarazo adolescente el de una amiga a los 32. A la que aún no ha decidido si ser madre va con ella. A la que sabe que quiere serlo, pero no ahora ni en el futuro más próximo. A la que le gustaría serlo pronto, pero sus circunstancias económicas no se lo permiten. Y a la que siente que no está en esa onda, pero todas sus amigas sí, y se siente francamente desnortada.

Cuando cumples 30, comienzas a encontrarte en círculos sociales en los que la maternidad se manifiesta de diversas formas y no puedes girar la cabeza ante el hecho de que estás, aunque te sigas sintiendo una adolescente, en esa fase en la que todo se empieza a llenar de bebés, embarazos o intentos que no fructifican.

El sábado pasado estuve en un grupo en el que era la única ahí presente sin un bebé. Es inevitable sentir que no perteneces a ese lugar cuando la conversación gira en torno a guarderías, lactancias y comidas de bebé, pero también he comprobado que esas mamás agradecen que alguien aporte a la conversación otro tema. No desde la condescendencia de “yo puedo hacer todo esto y vosotras no”, sino desde la realidad de mujeres distintas con vidas distintas.

reflexiones maternidad

También he experimentado la emoción de la noticia de que una de tus amigas del colegio está embarazada y es la primera del grupo. La certeza de que una nueva etapa vital se abre y las cosas serán distintas (pero, de algún modo, iguales) se hace patente en ese anuncio. Asisto como juez y parte a las charlas de esas chicas de 30 muy informadas (a veces, sobreinformadas) sobre el embarazo y la maternidad que se plantean en modo existencialista la pérdida de la identidad propia tras la dar a luz y se cuestionan constantemente si de verdad quieren ser mamás o están dejándose llevar por los ecos de una sociedad tradicional que asume que, a partir de los 30, tener hijos es “lo que toca”.

Y también constato -hacer análisis sociológicos en base a lo que vive mi entorno is my passion– que, llegados los 30, en muchos casos son nuestras parejas masculinas las que quieren dar el paso y tener hijos. Nosotras, a veces sintiendo el tiempo como una cuenta atrás, nos aferramos a lo que somos ahora, a la identidad que tanto nos ha costado construir y que de la que tan poco dispuestas estamos a despedirnos.

¿Es la biología la gran barrera del feminismo?

Esto me conduce siempre que la maternidad desfila por mi cabeza en su forma más conceptual y reflexiva a pensar las razones que subyacen en esa disparidad. Ellos, al final, no atraviesan el cambio físico y psicológico que suponen un embarazo y un parto. Tampoco sufren los frenos laborales, algunos más obvios y otros menos, que supone ser madre.

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¿Es la biología la gran barrera del feminismo? Probablemente. Ya lo demuestra el retraso constante de la maternidad: por mucho que nos apoyemos en la ciencia, el cuerpo humano sigue siendo el mismo, y el final de la treintena marca el límite entre el poder y no poder ser madre, con y sin apoyo de técnicas de reproducción asistida, salvo ciertas excepciones. En el caso de ellos, el factor tiempo no es tan acuciante.

En todo esto pienso cuando, a mis 30 años, divago sobre la maternidad. Me siento afortunada por estar rodeada de perfiles y sentires tan diversos, y estoy segura de que la reflexión de una chica de la generación Z a sus 30 no será la misma que la mía.

¿En qué punto me encuentro yo? Sigo descubriéndolo, aunque, como si de un test de la SuperPop se tratase, siento que en este momento soy un 60% la que quiere ser madre, pero no ahora. Y otro 40% la que no quiere dejar su vida actual -plena, completa y con mucho por hacer y por experimentar- atrás, al tiempo que se pregunta si lo que se supone que le toca hacer no estará ganando la partida a lo que de verdad quiere hacer. También siento que, decida lo que decida, estará bien. Porque será mi elección y elegir, en un tema como la maternidad, sigue siendo un privilegio.

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